domingo, 17 de octubre de 2010

LOS GIRASOLES FRUNCIDOS


Al igual que los ojos se quedan sin luz, he presentido en esta tarde de otoño el desamparo más absoluto, allá en el ruido monótono del tractor y su labranza, triste en su tedio calculado, he notado resentido al aire como nunca en otro tiempo.
Va cayendo la noche entre una neblina blanca y espesa, el pavo real empieza su liturgia, Gorki que sabe de este ritual sonoro, ya en la sombra se despista para que no lo encierren.
Mientras tanto el pastor recoge su rebaño, el vaquero a sus vacas y ordeñan al relente las ubres de la vida.
Todo acaba para comenzar de nuevo, recobradas las fuerzas tras el descanso merecido, deshacemos la noche para entregarnos al día, serenos y dispuestos a que el mundo nos cobre lo que ya hemos ganado.
Acá en el campo todo es más lento, la soledad es más lenta, todo igual siempre, la lluvia aparece insorprendente y se va dejándonos de un júbilo insatisfecho, un olorcillo a tierra mojada y un chirriar de gorriones confirman su despedida, acaso una gota en el cristal se quede solitaria pero ya marchita en el resurgir de un sol impertérrito.
Con frío atrasado buscando morada en los huesos, la certeneja surge imperiosa y vital de su sombrío aposento, el picón se violenta ante la insolencia del soplador, los críos con las energías ya agotadas por los revolcones en la tierra arada, regresan sucios y desaliñados con hambre en sus pocos años, la voz de una madre enfurecida resuena en el temor de un chaval rezagado, los pájaros se retiran afónicos y la tarde declina malhumorada y entristecida.
Amanecerá de nuevo y yo aún tendré la tarde en los ojos, no morir para no renacer, intacto en el momento elegido, abstraído ante dos cielos que se tornan en uno, claro oscuro mi afán en tocar, sentir lo absurdo de la existencia, torpe, ¡ay que torpeza!, no controlar el deseo, no dominar las latitudes y buscar con anhelo la tarde que no se puede compartir, estas horas inusuales.

2 comentarios:

Elena dijo...

Plas plas plas, magnífico texto Luis.
No se puede decir más bellamente la caída de la tarde sobre la línea del horizonte en el campo.
Ese olor y esos colores los olí y los disfruté mientras leía. Y me llevaron rodeada de letras a mis días infantiles en una huerta.

Un beso y gracias por el texto.

Luis Sánchez García dijo...

Gracias a tí Elena, porque siempre estás con los dedos en flor.

La amapola duerme
tan lejos de tí como de mí,
pero dijiste amor
en una manta roja
y yo me dormí en ella.

Un fuerte abrazo, Luis.