I
MADRE, sonido a gozo, calma o vida
lo que pronto se nos va,
donde estrellan mis naves,
arrebato que encandila mí alegría,
ya no huelen los jazmines,
el túnel que se quedó sin luz,
se volvió enojada la sementera.
A tu oído llegue la leve música
concierto de la junquera,
duerme, descansa ahora
quédate con mi estandarte,
de mi dicha toda
pero nunca dejes de arroparme.
II
RECUERDA, que si parto un día y no vuelvo
búscame en la tiniebla,
que no lloren tus ojos, los míos
cuida del geranio y de la vereda,
como una enredadera de color
entraré por tu ventana ciega,
prepárame la cena, lumbre
sábanas tiernas, firme la almohada.
Te estoy mirando desde mi atalaya
paso lento en penitencia,
que no sufra más tu sueño inconciliador
y daremos vueltas, suaves giros
con locura desmedida, sana y frenética
que no se escona, el arcoiris de tus pestañas.
III
TU, eres mi todo rosa temprana
mi arena, mi barro o arcilla
me moldeaste con tanto amor,
que temo se rompa la magia de tus manos,
cuánta amargura callada, cautelosa
cuántas lágrimas, derramadas sin ser vistas
me diste la vida, madre
y no te debo nada.
Te acuerdas, madre
cuando cargabas con mis años enfermos,
y nunca estabas cansada
una acera empinada,
alquitrán rebelándose a la canícula,
tus pies los quiero ahora.
IV
TUS OJOS NEGROS, grandes, inocuos
de gacela en alerta, nunca sorprendida,
vendiste tus manos al dolor
para apaciguar al mío,
sembradora de paz y armonía
hiciste de la tormenta melodía,
de mis noches oscuras...
luz y camino, sueños hermosos.
Siempre te encontré, en lo inmutable
en la transparencia,
en la penumbra de mis desolados días,
me subiste a tus alas
mariposa centelleante y celeste,
que necesarios tus besos.
V
POR TÍ, me hice sedentario
regué tus macetas,
cuanta fatiga, hasta llegar a ti
a tu misterio indeleble,
siempre blanco tu portal,
blanca tu casa blanca
blanco el color de tu sonrisa,
de oro y nácar tu cabello.
Cerrabas la ventana
pobre y osado invierno,
allá va, de guijarros en resbalones,
y venías con el alimento y la esperanza,
con dulzura, sosiego incólume
¡qué maravilla mis manos, en tus manos!
En tí, están las caídas
con las que el cielo,
vence sus murallas.
Señor; yo he vivido
de amor en los olivares,
ha llegado la hora,
en que tú me ares.