miércoles, 18 de julio de 2012

LUGARES COMUNES

 
                                                                                        

 
 
La confirmación de que estamos en un periodo convulso, nos viene dada cuando queremos plantear la disyuntiva del pasado, y las circunstancias que rodean todo empeño por dilucidar la norma de lo conveniente frente al orden normal de las cosas y la aceptación general como actitud correcta, y por lo tanto plausible. Lo seguro es que, tengamos el beneplácito unánime, siempre recomendado si nos vamos a enfrentar a la llamada útil que nos salva cuando todo estaba perdido, o utilizando el derecho que nos asiste en el ejercicio connatural de la libertad, pensemos que todo acto es consecuencia del común deseo de afirmar y afirmarnos. Cuando hemos llegado al final sin haberlo escogido, y el fin es el menos consecuente con nuestro periplo vital, sólo nos queda la renuncia a nosotros mismos y dejarnos llevar por las escorrentías que la naturaleza con la ayuda inestimable del placebo y la ciencia, se subrogan para el aliento que alienado en su tramo paliativo, persista más allá de la ley y la dual concupiscencia con que nos arrastramos en la más que admirada longevidad.
La señal invariable pernocta desde que nacemos, agitando los signos inequívocos que se harán más elocuentes conforme vayamos pasando páginas, llegar a la última todos lo conseguimos por más que se empeñe toda peripecia humana.
Cada época tiende ha ser una realización parcial en su trayectoria, ya que al final sus detractores y más fervientes defensores saldrán indemnes con el futuro conmutado, para dejar constancia de un principio incuestionable, la realidad es siempre la que sustenta todo margen reconciliado. Romper con las tragedias personales acarrea un sentimiento de desarraigo que perdura más allá de cualquier epopeya colectiva, el conjunto se revela como lo únicamente digno de toda posteridad, alcanzando su máxima gloria cuanto más se ramifique en el tiempo.
No parece demasiado necesario justificar que creamos estar viviendo en crisis ; es ya un lugar común de nuestros días, y como tantos lugares comunes nos hace correr el peligro de que resbalemos sobre él, sin adentrarnos, más si sucede así será tanto como resbalar sobre nuestra propia vida, y lo grave es que tal cosa: resbalar sobre la propia vida, sin adentrarnos en ella, puede ocurrir con suma facilidad, por eso es necesario que intentemos desentrañar lo que hay dentro de esta realidad a que aludimos al decir crisis. Es necesario. Y sin embargo, no podemos atrevernos a decirla de veras, sólo nos cabe hacer eso que no resulta fácil confesar que se hace, por el indebido uso de una palabra, que fue en otro tiempo humilde y expresiva como tantas otras.
La actividad humana denominada meditación, de humilde expresión que no resulta significado alguno, sino sencillamente una actividad, una actitud casi, muy pegada a la vida de todos los días, pues la meditación no es sino la preocupación un poco domada, que corre sin resolverse por un cierto cauce; una preocupación que se ha fundido con nuestra mente, incrustada en nuestras horas. Y tan pegada a la vida diaria que como ella no tiene término fijo de antemano, que no va a concluir en ninguna obra, ni resultado y que sólo se va a justificar modificándose a sí misma, haciéndose paso a paso más transparente, alcanzando mayor claridad. Algo, en fin, parecido a una confesión. Buscamos saber lo que vivimos; como se ha dicho poéticamente “vigilar el sueño”.
Vivir en crisis es vivir en desasosiego, mas, toda vida se vive en inquietud, ninguna vida mientras pasa alcanza quietud y el sosiego por mucho que lo anhele, no será la inquietud simplemente lo que caracterice el vivir en crisis sino, en todo caso, un desasosiego determinado, o un desasosiego excesivo, más allá o en el límite de lo soportable.
Los modelos de vida han ido cambiando o desapareciendo con una rapidez a veces excesiva y casi siempre nos ha cogido maldiciendo en el que vivimos, han ido muriendo los modelos sociales, económicos, las modas han ido pasando y hasta han ido cambiando las prioridades en cuanto a valores se refiere, y en todas estas transformaciones más o menos necesarias se ha dado para su extinción definitiva un episodio de recesión, que siempre empieza en el anterior de una forma larvada, la historia de los hombres, son comunes al hombre ya sea desde una perspectiva endógena o desde la inexcusable forma que tenemos de entender la supervivencia. No somos superiores a ningún otro ser, sin embargo nosotros escribimos su historia, aquí radica toda crisis, el querer construir a nuestra imagen y semejanza, subestimando probablemente a los que permanecen inalterables en un orden menos crispado, adaptándose mejor sin dejar de perder su condición endorreica.
Cada época tiene sus males específicos que son originarios de su propio tiempo y pocas veces son heredados de forma análoga, los conflictos del periodo decimonónico por poner un ejemplo, no son consustanciales al siglo xx, pues adolecen de una consecuencia horizontal en la línea de la sucesiva periocidad para que trascienda. Las enfermedades, plagas, guerras, e incluso catástrofes de toda índole y naturaleza persisten más allá de una centuria, pero la forma de afrontarlas difieren de la continencia y la contingencia en que se dan.
El paraíso soñado por todos sólo esta al alcance de muy pocos, por el contrario el averno nos visita sin excepción y distinta intensidad en algún momento de nuestro recorrido vital, estos lugares comunes se perfilan como alternativa al tiempo desde que nacemos hasta que fenecemos, durante el proceso de desaceleración que es siempre más prolongado, nos hacinamos en el desdén y la desesperanza, que alcanza su cenit cuando el hombre se hunde en los extremismos, fobias, supersticiones, llegando al fanatismo como predicamento frente a todo lo que se revela como disposición no terrenal y por tanto nos abruma por su desconocimiento, y sobre todo por lo inmerecido que nos parece, que creemos no ser destinatarios.
La crisis muestra las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia; de una vida que no fluye hacia meta alguna y que no encuentra justificación, entonces en medio de tanta desdicha, los que vivimos en crisis tengamos, tal vez, el privilegio de poder ver más claramente, como puesta al descubierto por sí misma y no por nosotros, por revelación y no por descubrimiento, la vida humana; nuestra vida, es la experiencia peculiar de la crisis, y como la historia parece decirnos que se han verificado varias, tendríamos que cada crisis histórica nos pone de manifiesto un conflicto esencial de la vida humana, un conflicto último, radica, un “se puede o no se puede”.
Ya que la vida humana parece que es el territorio de la posibilidad, de las más amplias posibilidades y que la historia fuera el proceso de irlas apurando, hasta su último extremo y raíz. De ahí que en momentos de crisis histórica existan siempre unos mártires llamados vulgarmente “extremistas” y que son los encargados de llevar a su última consecuencia, a su absurdo, estas posibilidades de la vida humana, y si hemos de ser honrados con nosotros mismos, la conclusión a sacar sería negativa siempre.
Hasta ahora lo que resulta de todas estas experiencias es que la vida humana no es posible de ninguna manera, al parecer. Y la pregunta, renace siempre, ¿es posible ser hombre?; ¿y cómo? En los tiempos de plenitud parece haberse respondido afirmativamente de una manera determinada. La única manera de responder afirmativamente no es diciendo sí en abstracto, sino ofreciendo una forma de vida, una figura de la realidad dentro de la cual el hombre tiene un determinado quehacer y toda su existencia un sentido.
En los instantes de crisis, la vida aparece al descubierto en el mayor desamparo, hasta llegar a causarnos rubor, en ellos el hombre siente la vergüenza de estar desnudo y la necesidad terrible de cubrirse con lo que sea. Huida y afán de encontrar figura que hace precipitarnos en las equivocaciones más dolorosas. Lo que haría falta es simplemente un poco de valor para mirar despacio esta desnudez, para vigilar no ya el sueño, sino más honradamente, los hontanares mismos del sueño; ver cómo nos queda cuando ya no nos queda nada.






ALZHEIMER
 
Venid, saludad a los que se quedaron
a su pesar,
en la consigna del miedo,
descubierto el infierno, ya no importa
la vida que no es.
Decid a todos que el dolor sólo duele
y no es bastante, que duermen
los arrumacos de aquella infancia remota,
subid a los cerros y gritad el nombre olvidado,
repetidlo
como cuando era electrizante, infalible a la hora
de la merienda.
No es el vacío ni la nada conquistados,
la ausencia de la lluvia si es que llueve,
ni es la premura de esta calma profunda,
es la lágrima extensa
… y no saber porque se llora.