lunes, 27 de agosto de 2012

CARTA PARA RUTH Y JOSÉ

Carta, esta carta que doblego y despliego,
esta carta rosa del verano esmaltado,
la carta del conscripto en la luz alistado,
donde los algarrobos suplantan vuestro espliego.

Os escribo por ser lo que declina
la impavidez del escándolo canoro
al hornear el fuego que cocina
vuestos dos cuerpos en crisol sonoro. 

La madrugada de vuestras dos vidas,
dos cartuchos de nieve amoratados,
por las manos del alba al renacer.

sábado, 18 de agosto de 2012

NUNCA, ES TIEMPO PERDIDO



Quiero contaros tantas cosas -mi buenos amigos-, que las ideas se me agolpan para difícilmente poder retenerlas en mi cabeza, en mi memoria esquiva y voluble como el tiempo que a duras penas intento entregaros, el instante certero en que ocurren las cosas más nuevas, la seguridad con que me aferro al deseo pocas veces correspondido, esa tarea descomunal de desenterrar viejas nociones de lo que pudo haber sido, la plena certidumbre de que a veces, muchas veces nos equivocamos, que con frecuencia creemos que todo lo vivido es un lastre para todo lo por vivir, puede romperse el jarrón y hacerse añicos, pero siempre quedará el aroma de las rosas, esas que solidarizan los sentidos, impregnándolos.

Cuando parece que todo permanece bajo el dogma de lo inalterable, surgen situaciones que nos hacen cuestionar toda quietud impuesta más allá de los designios del hombre y sus elementales razones para considerar de forma discrecional la verdad no escrita y sujeta al arbitrio de la justicia, entonces la inquietud nos hace apercibirnos de lo que bajo ella solemos tener, ese núcleo de calma, de quietud, esa especie de raíz de nuestra alma, sobre la que nos alzamos, olvidándonos. Pues la vida, si es lucidez, vigilia, es también olvido, falta de cuidado: abandono. Fondo invariable gracias al cual podemos soportar tanta inquietud, y que es casi felicidad; la felicidad invisible que nos permite sobrellevar la carga de nuestra desdicha.



Os he soñado que me esperabais al despertar, que no os ibais ha ir y que podría guardaros en mí, que era el momento de encontrarnos después de la noche, en lo imaginado cuando lo real es sólo un deseo. En mi memoria hago un sitio y marco la proeza para constatar que sois vosotros, seres que alumbrados revoleteáis como pájaros perdidos e indefensos, he tratado de entender las cosas del destino descartando toda verdad infundada, lo expeditivo del corazón frente a la vaguedad del subconsciente en un cuerpo roto por el cansancio. He mirado alrededor de todo lo punible, me pareció que una sombra se acercaba al cuarto, donde la luz clandestina invade con una gravedad impávida, la tortura de un reloj que se granjea al fantasma irresoluto.

Teniendo ya lo pactado y asentida la referencia, sólo nos falta el orden que imponga prioridades, -amigos míos-, la mano alzada y valiente, el abrazo que imparte consignas, sorprender al océano iracundo, conseguir la nieve más blanca, hablar la lengua del muro, retener a la flor que se regala, emular al arroyo y su tarambana, a la zarza que trepa humedales, lo voluble del tiempo y su conjuro y pastorear en esta tesitura,
-amigos míos-, la roca que engarza moles, la humana soledad extrapolada.


Nos pusieron ante la consigna que todo lo descifra, con el mundo confundido en la deriva de la suerte, ante la orfandad de un resquicio que nos salve y eluda la verdad sacrificada por la razón que los hombres propugnan, esa lenta forma de entender las diversas verdades que son la causa de las injusticias en el mundo, pertenecer al desden que se muestra alentado en su desenlace postrero para rebatir cualquier atisbo de remediar lo que pudo evitarse.

¿En que momento se distrajo el ímpetu que nos mantenía vivos?, fuera de lo que era nuestro nada nos reclamó, crecieron los hijos por encima de lo permitido sin consuelo ni libertad que disponga de una calma protectora, y toda la unidad necesaria se hizo desasosiego imperante, y sin embargo los días mostraron con una benevolencia nada acorde a los tiempos en que fenecemos una disposición ha aceptar lo vivido.

Las cosas en lo fundamental cambian poco, por mucho que nos parezca que los acontecimientos nos superan siempre queda lo mismo para que lo que creemos reinventado sólo sea una sucesión de indicios que más o menos se cumplen para que el conocimiento de nosotros mismos sea lo único valioso del camino andado.

Tratar de ajustar lo reinventado, lo que pensamos que vale la pena nos hace retroceder al miedo primigenio, de lo furtivo a veces en los comportamientos que por siempre nos comprometen y esclavizan hasta el punto de aseverar lo importante en episodios de escasa relevancia. Lo humanamente discernido desde los valores empíricos es lo que realmente trasciende después de lo que nada queda.

¿Qué es ser hombre?, es la pregunta que nos formulamos con dramática serenidad. Pasión y razón unidas ante tal pregunta, que deja la vida entera pendiente de sus respuestas. Pero, en dar la contestación se invierte toda la vida, que es la única manera que tiene la vida de ponerse ante la razón: pagando con todo su ser, que es su tiempo. Por ello hemos de volver la vista al pasado, a los instantes que son nuestra raíz, que son todavía nuestro ayer para encontrar a la esperanza perdida. Y el lugar donde la esperanza se ha refugiado de manera más confiada, es la utopía, pero la época actual mantiene el espejo velado para no topar con la propia imagen; lo que se “espera no se sabe”, ni tal vez se quiera saber; la razón se ha eclipsado, ha naufragado más bien, entre los hechos.

Y al morir, ¿adónde van nuestros sueños, a qué dimensión desconocida, en qué espacio se trocarán esperanza, de qué infinitud para no ser nada? Llegarán señales, alumbrarán torres telúricas, territorios que reconocemos, en la renuncia hallaremos signos que nos eleven, pasaremos de roca a polvo por amor al aire, se irán todos del mundo que habitamos, un hormigueo tal vez eléctrico acaparará nuestro rostro, la rendición del que no halla respuesta.¿ Adónde se irá la unidad fingida, el deseo interrumpido por el sudor y la cáustica, porqué entramado extraño desaparecerá el balanceo recluido sin estridencia, encefalograma plano?, ¿adónde se van nuestros sueños tan nuevos, adónde?

Si alguna vez hubieseis existido, -mis amigos-, si en un tiempo la idea de saberos me hubiese golpeado como latigazo que preciso anula la realidad detenida, entonces yo sería otro distinto bajo el sol intemporal, seguramente os diría que cambie mi camino para seguiros ciegamente seguro de encontrar lo que más me urgía, entrar despacio en vuestra soledad impertérrita, si alguna vez hubieseis sido, la cara de la luna sería anuncio fidedigno de un pan humeante, podría sentarme junto a la lluvia desconsolada, os pediría una muestra del alfiler que aflige a mi pecho roturado de promesas vanas, por todo lo que perdí y aún por lo que pierdo, con la aguja finísima que aguanta y no se parte, me comprometo a no moriros y ha entender, que todavía es posible la vida.

Espero que entendáis que todo lo que no habéis vivido apenas ha sido un instante y que no nos inquieta, sabed que persiste la aceptación del todo, las cosechas se suceden sin mas tregua que la sometida por las inclemencias y la sazón, la verdadera prueba necesaria antes de acatar la justicia final. Y ahora, ¿quién deshojará la rosa sobre mí, quién me llorará y, lo que más cuenta, quién alzará la mano despidiéndome y señalando a mi alma el camino a seguir, deshaciendo ese nudo que une aún a las almas de los recién muertos con el aire de la vida? Así lo hice primero con los míos. Y después, cuando venían a buscar en mi mano el poder de cumplir tales acciones que me fueran haciendo poco a poco sentir y saber que el amor ha de hacerse ley, que las leyes verdaderas son momentos del amor. Y ahora, extranjero, a solas con mi Dios que se me ha vuelto desconocido, a nadie veo a mi alrededor que me asegure ser ayudado al momento de arrancarme de esta tierra de la que más hijo he sido, por lo visto, huésped. Un huésped que se ha detenido demasiado. No me había dado cuenta de que nadie ya me retenía, de que se habían acabado desde hacía tiempo las sonrisas del anfitrión, de que el anfitrión había desaparecido y de que yo mismo no acudía ya a la mesa a falta de alguien con quien compartir mi comida.

Me habían llevado a creer que necesitaban oírme, que les fuera trasvasando ese saber que, como agua, se escapa imperceptible de toda mi persona, según decían; no es un hombre, es una fuente. Y yo…

Y ahora recuerdo, la memoria se me va convirtiendo en ley, que yo mismo me fui volviendo cada vez más hacia la fuente original de donde mi saber provenía, de donde lo había recibido cayendo gota a gota. Quizás durante tiempos y tiempos estuve casi seco. Y alguien colocó piadosamente una piedra blanca de esas que yo amaba desde siempre, para que la herida en la tierra que es todo manantial que ya no mana, no fuese visible. Y aquel día fui muerto y sepultado, mientras yo, sin apercibirme, atendía inmóvil al rumor lejano de la fuente invisible. Recogido en mí mismo, todo mi ser se hizo un caracol marino; un oído; tan sólo oía. Y quizás creía estar hablando, cuando las palabras sonaban tan sólo para mí, ni fuera ni dentro; cuando no eran ya dichas, ni escuchadas, tal como yo había soñado deberían de ser las palabras de la verdad

Pero yo, -queridos amigos-, nunca he pensado, hay que decidirse a ello. Y ahora me doy cuenta de que todos mis movimientos han sido naturales, atraídos invisiblemente como las mareas que tanto conozco, por un sol nimio, por una luna apenas señalada, blanca, la luna que nace blanca sobre un cielo azulado continuación del mar; la luna navegante y sola, reina destituida, reina más que Diosa de un mundo que fue y se perdió. Reina convertida en Diosa de los muertos, de los condenados al silencio y de los fríos. Socorredora de los sin patria.




FINAL



De que breve abrazo se ha ido el tiempo,
de que hora llena de vacío,
de nada prolongándose hasta fenecer.

Triste y golpeada la vida
atiborrada de amuletos inútiles,
un agostado insalvable
de penuria acuciada,
en el secreto desvelado.

No sabré de mi muerte
pues la tardanza en el indulto,
como envejecido el páramo
será un atranco en el instante aquel…
que agonizaba.


Cuando ese día llegue pronto
que no lloren por mí los sembrados,
de mi aliento estarán plantados,
los cadáveres que hoy remonto.