Pensé que dormía profundamente mi sueño,
sin desvelos ni dobleces la existencia,
que penetra alentado en su empeño,
el relámpago del ser en inminencia,
el cuerpo extenuado y sin conciencia
que se entregó sin reparos a su dueño,
reta a la mortaja con insistencia
redil de gozo y tirantez de ordeño,
pensé que solamente era un sueño,
que estaba cumplida la penitencia,
que bastaba con fruncir el ceño,
que si muerto ya hay sentencia.